En la cámara de Daniela del Riego ( La Habana, 1995) reside la verdad de la que hablaba Noriega en su libro Historia del Cine (2002). La seducción se produce por tres vías: «la fascinación de las imágenes por pura materialidad, contenidos eróticos o promesas de lo prohibido y vértigo de movimiento»1 Tres rasgos que no solo condensan en los rostros retocados de Nana, sino también en toda la performatividad que acompaña sus fotos.
A través del cuerpo femenino –a veces el propio, otras el ajeno- Nana se enfoca en el consumo, en la belleza y en la sensualidad a través de un montaje espectacular. La combinación de estos factores no pasa por su lente como si se tratara de una sesión de modas convencional. Hay una edición digital que revela la pudrición de esa purpurina de la fascinación. Las deformaciones, los contrastes remarcados, la luminosidad saturada, son los ruidos que se instalan en la percepción, hasta que estallan como ensordecedoras alarmas del pensamiento anquilosado.
La artista no teme en mostrar su insatisfacción con el espectáculo de convertir –léase metamorfosear- a la mujer en fuente de deseo, que no solo es clásico en agencias y empresas publicitarias, sino que tiende a repetirse -por las propias mujeres- en las fotografías personales para Instagram o cualquier red social similar.
Es precisamente el inducir el deseo donde más se explota el contenido erótico; estereotipado no solo en el juego entre lo oculto y lo revelado, sino también en la piel mojada, en los gestos faciales de placer –labios carnosos, ojos torneados y lengua (in)discreta-, en la asociación con flores y frutas por la frescura, el sabor, el olor, o la forma sugerente de algunas.
Passion Fruit incorpora todos esos símbolos y Nana no necesita más que el empaste de los propios elementos para que salten a la vista desde la heterogeneidad constreñida. Una chica que se pretende «fresca y ligera» desde un manifiesto montaje esmerado en flores y naturaleza, pero pretendido en lo sensual de tirantes caídos, maquillaje llamativo y fruta húmeda. Hay una voluntad forzada de desenfado y naturalidad en la acción, que al rayar en lo desordenadamente sucio, desmonta todo el aparataje «virginal» impuesto y revela el «doble sentido» que realmente se buscaba como primero.
Por el contrario, Jessica Rabbit es sumamente frontal desde el primer vistazo. En pequeñas tomas se reproduce la calada de un cigarro desde una postura seductora. Dicho formato menta el comportamiento cinematográfico de la cámara lenta para la fascinación de la belleza, porque añade espectacularidad y notabilidad ante los ojos del receptor, y Nana consigue diseccionarlo en su fotografía.
Las miradas, el maquillaje, las vistas generosas, acompañadas de una gran saturación lumínica, obligan al espectador a detenerse en los elementos que (de)forman a la chica, pero al mismo tiempo, a buscar el movimiento que los conecta y los invisibiliza tras el conjunto. Por tanto, no hay un deseo anárquico por alterar todos los códigos, sino un germen de extrañamiento que se instala en el interior del sistema y ya lo hace diferente a la percepción.
Sin embargo, Del Riego hace más que inyectar labios y salivar en exceso mientras juega con la comida (Cloud 9 y Porn Fruit), también utiliza el cuerpo como vehículo seductivo. Silent Revolutions, Summer Body y Temptation son solo la «punta del iceberg» de toda una serie que ahora mismo está en proceso. En ella el cuerpo se vuelve protagonista de las más (im)posibles anatomías y atrevidas posturas para generar toda una fantasía femenina.
Pero Nana avanza mucho más y monta una obra que solo por la sugerencia -incluso en el título-, ya induce uno de los temas principales en debate sobre el arte contemporáneo:
Sex sells, unfortunalely we sell art. La noción del erotismo, y del sexo como su materialización, es una temática artística conocida, explotada y sumamente teorizada, sin embargo, ella continua provocando interrogantes: ¿hasta qué punto presentar este contenido está condicionado por el mercado? ¿Qué límites existen entre el arte y el burdo muestreo del sexo o el porno?
Sin lugar a dudas, Nana fotografía las palabras de Noriega. Atraviesa su factor descriptivo para convertirlo en un propósito artístico reflexivo y no temerle a la exposición, casi como una «revolución silenciosa», del espectáculo que ronda la seducción. Su conversión en mercancía, y el arrastre de la mujer a ello como vehículo fundamental, es uno de los enfoques principales de esta artista. No pretende destruir años de hipnosis con clicks de su cámara, sino inocular, con cada flash, un poco de ruido, hasta limpiar el brillo de un sueño que, en realidad, es pesadilla.
1._ José Luis Sánchez Noriega, Historia del Cine. Teoría y géneros cinematográficos, fotografía y televisión. (Madrid. Alianza Editorial).